Cuando se va a emprender un viaje fuera
del país en que uno vive, lo primero en lo que se piensa al emprender camino
hacia el aeropuerto o terminal es en llevar con uno el pasaporte.
La historia de ese documento se remonta a épocas
en las que es difícil imaginar a las personas cargando un pasaporte. Sin
embargo así sucedió.
Una de las primeras referencias conocidas
a lo que fue el gran papel de un pasaporte se encuentra en la Biblia hebrea. En
Nehemías 2:7, atribuido a la época del Imperio Persa en alrededor de 450 a. C.,
se dice que Nehemías, un agente destinado por el rey Artajerjes I, pidió
permiso para viajar a Judea a lo cual el rey admitió y le dio una carta "para los
gobernadores más allá del río", donde
solicita un paso seguro para él a lo largo de su viaje a través de sus tierras.
En el califato islámico medieval, una
forma de pasaporte se utilizó en la forma de bara'a, un recibo de impuestos
pagados. Sólo a los ciudadanos que hubiesen pagado su impuesto (el azaque para
los musulmanes o la yizia para los dhimmíes) se les permitía viajar a las
diferentes regiones del Califato, por lo que el recibo del bara'a funcionaba
como pasaporte primario.
En Grecia, con la debida autorización de
las asambleas, un ciudadano podía cargar un pasaporte con el fin de evitar
maltratos por parte de las autoridades.
En Roma se utilizó como un permiso
especial, como una autorización extraordinaria a los bárbaros para poder
ingresar al territorio romano.
Al expandirse el Imperio romano, se
desarrollaron grandes obras de carácter infraestructural (nuevas carreteras y
un sistema de correos, por ejemplo), lo que hizo que la migración intramuros
estuviese a la orden del día, por lo cual el Imperio requería establecer un
control preciso de las personas que circulaban por su territorio. Así, desde
ese entonces, los pasaportes han funcionado como un método de identificación
personal cuando se está en un territorio extranjero.
Cuando un ciudadano romano quería realizar
un viaje, o debía realizar una misión ante el Estado, pedía un pasaporte para
identificarse. En ese pasaporte, también llamado combina, ractoria, synthema,
diploma o codicillo, estaba plasmada la información personal del viajero, el
peso del coche o caballo que le servía para movilizarse, los lugares por los
cuales pensaba pasar, el motivo del viaje y su duración.
Se considera poco probable que el
término "pasaporte" se derive de los puertos de mar, sino más bien de un documento medieval para pasar
por la puerta ( "porte") de un muro de la ciudad.
En la Europa medieval los documentos se
expidieron a los viajeros por las autoridades locales y, en general,
figuraba una lista de pueblos y ciudades en la que al titular del documento se
le permitía pasar. Habitualmente,
los documentos no fueron necesarios para viajar a los puertos de mar, que se
consideraban puntos de comercio abierto, pero los documentos eran obligatorios
al viajar al interior desde los puertos de mar.
El rey Enrique V de Inglaterra tiene el
mérito de haber inventado lo que algunos consideran el verdadero primer
pasaporte, a pesar de los primeros ejemplos que se citan, como medio de ayudar
a sus súbditos a demostrar quiénes eran en tierras extranjeras.
En el Estado moderno, los países europeos,
en los siglos XVI y XVII, comenzaron a hacer uso de los pasaportes, ello debido
a la expansión de sus territorios por cuenta de los procesos de conquista y
colonización que llevaron a cabo en Asia, África, Oceanía y América.
Países como Alemania, Inglaterra y Francia
comenzaron a exigir los pasaportes a todos los visitantes que arribaban a sus
territorios, ello para poder saber quién y por qué razón visitaba el país.
La rápida expansión del transporte por
ferrocarril en Europa desde mediados del siglo XIX condujo a un colapso del sistema
de pasaporte europeo de la primera parte del siglo XIX. La velocidad de los
trenes, así como el número de pasajeros que cruzó muchas fronteras, hizo
difícil la aplicación de las leyes de pasaporte. La reacción general fue la
relajación de los requisitos de pasaporte.
En la última parte del siglo XIX y hasta
la Primera Guerra Mundial, en general, no se requería pasaporte para los viajes
dentro de Europa, y el cruce de la frontera era fácil. En consecuencia,
relativamente pocas personas tenían pasaportes. El Imperio Otomano y el Imperio
Ruso mantenían los requisitos de pasaporte para viajes internacionales, además
de un sistema interno de control de pasaporte para viajar dentro de sus
fronteras.
Ya en el siglo XX, el pasaporte se volvió
un documento esencial a raíz de las guerras que se vivían en Europa.
Durante la Primera Guerra Mundial, los
gobiernos europeos introdujeron requisitos de pasaporte frontera por razones de
seguridad (para mantener a los espías) y para controlar la emigración de los
ciudadanos con habilidades útiles, manteniendo la mano de obra potencial. Estos
controles se mantuvieron después de la guerra, y se convirtieron en
procedimiento estándar, aunque no sin controversia. Los turistas británicos de
la década de 1920 se quejaron en particular sobre adjunta fotografías y
descripciones físicas, que a su juicio lleva a la deshumanización.
Así, en 1920, la Sociedad de las Naciones
exigió a los países miembros que los requisitos para obtenerlo fueran más
severos y estrictos. Pasaportes
tempranos incluían una descripción del titular del pasaporte. Las fotografías
comenzaron a ser adjuntadas a los pasaportes en las primeras décadas del siglo
XX, cuando el uso de la fotografía se extendió.
La Organización de las Naciones Unidas
celebró una conferencia de viajes en 1963, pero las directrices de pasaporte no
se derivan de ella. La normalización de los Pasaportes se produjo en 1980, bajo
los auspicios de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI).
Desde entonces, el pasaporte ha servido
como documento de identificación personal intransferible para viajar
a un país del extranjero, aunque no el único.